lunes, 26 de octubre de 2009

*

Miré sus ojos, eran los mismos de siempre, pero mis ganas de
evaporarme o aniquilarla me estaban matando, ¿Sus reproches
diarios terminarían en un asesinato? Me detuve otra vez, caí de
rodillas llorando, quería verla sangrando, grité algo en mi interior,
tan fuerte, que creo que ella sintió por primera vez la bestia que
llevaba dentro. Su egoismo se ganaba mi odio, ella ya no era mi
madre, era mi pesadilla, y yo ya no era su hija, yo sería venganza.
Otro alarido golpeó las paredes de mi pecho en silencio, esta vez le
pedía que se alejara, que no quería hacerle daño, pero que su
existencia me sofocaba, quise llorar sangre, pero no conseguí más
que evaporar las lágrimas aún líquidas con mi furia,

Lo acepto, también tengo miedo. Lo acepto, nunca tuve tanto dolor
y odio contenidos en mí de esta manera, ¿Quería matarme? ¿Debía
matarme? Es que la ganas de aniquilarla me estaban venciendo.

Un paso, dos pasos, tres pasos, el pestillo cerrado y mi pieza en
silencio, creo que nadie me oyó llorar, pero yo sí me oía y estaba
matándome, la oí acercarse, no sé como no entendió que debía correr.

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