Lo miré y no pude más. No lo conocía, pero sabía que
me interesaría. Tengo que reconocer que me encan-
tó desde un principio y sin saber su nom-
bre lo abracé sin previo aviso.
Sus abrazos eran cálidos, pero sus juegos entre mi cue-
llo y sus dientes, lo era aún más. Y sin querer me con-
vertí en su juguete.
No voy a echarle la culpa, porque la culpa era de ambos,
y cuando casi me besó, me di cuenta que así era y que la
sangre se había detenido en mis venas.
Mi cuerpo lo hizo notar, mis piernas temblaron y mi pe-
cho se apretó con fuerza. La adrenalina me colmaba de
arriba a abajo y sentí como una a una gritaban mis célu-
las.
Me ecantaba y, fuera quien fuera, parecía motrar
interés en mí, por lo menos como para jugar a la ruleta
rusa otro rato.
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