Asumamos, el día nos juzga y el tiempo nos teme.
Todo es tan casual, que me cuesta creer lo planeado que
estaba. Porque desde ese momento en el que lo encontré,
no necesité ser adivina para saber qué era lo que se venía.
Caminamos lento sin separarnos, bailamos despacio aunque
no sabíamos quiénes eramos. Tampoco era necesario saberlo,
todo estaba calculado para que así fuera.
Quizá intenté detenerlo, no lo niego, pero la luz se tornó oscu-
ridad y la magia maldición tan rápido que no alcancé a sentir
aquella lágrima que rodó por mi mejilla. Ésta sonó como una
aguja cayendo sobre un cristal. El silencio era tan hondo que
ambos pudimos oírla.
¡Acéptalo! Te gustó tanto recorrerme que jamás te detuviste
a pensar que sentíamos. Las luces se encendían y apagaban
al compás de nuestros latidos y me respiración se ahogaba
en tus labios.
¿Era tan difícil separarme de este embrujo?
Tal vez quiero que este sucio recuerdo me de placer
por siempre...
Pero el desenlace fue tan asqueroso, que es mejor asesinar
a los testigos...